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Os decía que Estambul sí que es tela de invisible, porque esta ciudad, o al menos esa es la sensación que me ha dado a mí, es inabarcable, por historia, por dimensiones, o por que lo que nos muestra es aquello que cree que buscan los turistas que se acercan a ella.
Y con esa es la sensación que me pasé todo el fin de semana: que sí, que Estambul es impresionante, que es preciosa, que la Mezquita Azul y Santa Sofía son únicas… pero que yo era un turista, y no iba a palpar ni un ápice de la que es la vida allí.
Al principio me sorprendió, la verdad, el alto nivel de vida y desarrollo, al menos en Estambul, el aeropuerto, todo nuevo, y el tranvía, que te parece estar en nosequéstrasse Haltstelle, Alemania. Aunque claro, todo hay que decirlo, esta sensación puede estar muy condicionada por el facto de estar llegando desde Kiev, Ucrania.
A los que vayáis a Estambul, además de a esos sitios que he dicho antes, y a los que os llevará la inercia, intentad visitar las cisternas (la foto de los arcos en penumbra), que están al lado de Santa Sofía. El barrio de Besitkas el domingo, que es una especie de La Latina o Borne, con un mercadillo, terrazas, puestos de comida donde venden unas patatas gigantes rellenas que están realmente buenas, y de postre, unos gofres golosísimos (foto)… todo ello a orillas del Bósforo. Sé que comparado con las mezquitas, todo esto es un poco mundano, pero fue el único rato donde me dio la sensación de estar haciendo aquello que haría si viviese en Estambul.
Por supuesto, un baño turco. También aquí me extrañé del grado alto de civilización, sobre todo porque mi otra experiencia similar fue en un pequeño pueblo de Marruecos, donde no hablábamos ningún idioma común con nadie allí, donde rodeados de viejos que nos miraban con curiosidad intentábamos entender donde dejar la ropa (“¿vestuarios?”, comentario y risa en árabe que hacían entender “por los cojones”, o algo así), y donde otro se nos acercó para explicarnos qué hacer con un cubo de agua caliente y otro de agua fría que nos habían dado, al ver que no teníamos ninguna pinta de sacar nada productivo de ellos. Estos, ya os digo, nada que ver, hasta aceptan euros. Pero merece la pena.
Ah! Y subid a la torre Galata. Acojonante. Tanto de día como de noche… si podéis, y si cabéis, ved la puesta de sol desde allí.
Y entrad en una mezquita. De forma respetuosa, pedid permiso para hacer fotos, intentad no ser demasiado españoles y no habléis en tono conversación de discoteca y percibiréis el agradecimiento de esta gente, amabilísima y encantada de que tengamos curiosidad y respeto por sus cosas. Y pasaréis allí dentro un rato de paz y encantamiento de habernos conocido que recomiendo... aunque sólo sea un rato.
Pues así he visto, o mejor dicho, no visto, la invisible Estambul.
Se está cocinando el peaso de post sobre la ciudad invisible Estambul. Y esta si que es tela de invisible... a ver si mañana lo puedo colgar con algunas fotillos, y si no, pasado mañana!
Os dejo con una de las mejores cosas de Estambul, mi coleguita Paco, yo y los baños (obvio, lo de lo mejor de Estambul va sólo por los baños... aunque Paco y yo tampoco estamos mal, ;-))
Un saludo, y hasta pronto!
Pd: Y para ir amenizando, mientras tanto, un poemilla que me ha gustado, y alguna fotillo más:
Ser. O que ser.
Cabezas de mis padres,
Ojos de mis amigos,
Boca de mi compañera,
Oídos de mis hijos.
Ventanas a un mismo patio,
Peceras de océanos infinitos.
Peceras de cristales negros,
En las que yo vivo.
Saludos.
jueves, abril 10, 2008
Estambul cocinado y en la mesa
Publicado por Edu en 10:34 a. m.
Etiquetas: ciudades invisibles, Estambul, fotografía, viajes
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