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viernes, agosto 24, 2007

La inmediatez

Me encuentro estos dias en una isla del mediterraneo, Ichnussa, preciosa, en la que los ordenadores no tienen tildes (perdon por las faltas), y en la que por algun motivo que desconozco y que mi invalidez tecnologica no me permite resolver, desde el ordenador que os escribo no puedo ni responder mis emails, ni participar en foros, ni muchos otros tipos de interacciones a las que ya estamos acostumbrados, y no hablo de pajillearnos viendonos en bolas desde nuestras webcams, Pepillo, que estas pensando siempre en lo mismo.

c- Forges
Y no poder responder a los cuatro que me envian un email de vez en cuando no es que me produzca gran angustia, pero unido al contraste de la vida en las urbes continentales con la de la isla, en la que el concepto de retraso se dilata en horas o agnos dependiendo del acontecimiento esperado sin que llegue a ser considerado como preocupante, si que me ha provocado que me parase a pensar en algunos de los cambios, ya no solo los obvios, que estan produciendo moviles, mesenger y similares en nuestros ritmos vitales. Por que resulta que ahora, i a pesar de estar de vacaciones me resulta agobiante no poder responder a alguien que me ha mandado un email hace un par de dias, y no como ejercicio de responsabilidad ya que carezco totalmente de ella, si no por que soy consciente que normalmente la otra persona espera, y se irritan de no suceder asi, de no obtener una respuesta inmediata, en horas.

Aun mas perverso resulta el movil. Cuando solo teniamos nuestros telefonos de casa a los que llamar (hola, esta pepe?) a nadie se le ocurria llamar a ciertas horas, y por supuesto, no podias llamar desde cualquier sitio. Ahora, si uno esta en una tienda de ropa a las cuatro de la tarde, llama a su novia para preguntarle si el verde o el azul, despertandola de siesta o enfadandose por que la pendona no le responde al telefono inmediantamente (donde cogno se habra metido?). Y esto trasladado a todos los niveles y situaciones.

Exigimos disponibilidad las 24 horas de todo aquel que tenga movil, respuesta inmediata a cualquier pregunta que podamos plantear, por disparatada que sea... y lo que es peor, eliminamos el tiempo entre la tienda y tu casa, donde ya por fin preguntabas si verde o azul, eliminamos el tiempo para la propia reflexion, la meditacion y la toma de decision, descargandola en otra persona. Y lo mismo ocurre, trasladado a todos lo niveles y situaciones.

Un saludo a todos, espero vuestros INMEDIATOS comentarios.

jueves, agosto 02, 2007

Próximas citas: Vitoria y... ¡¡KIEV!!


Pues sí, esas son las próximas citas. En realidad habrá más, entra la una, Vitoria, para este fin de semana primero de Agosto; y la otra, Kiev, a partir de octubre y para los próximos 15 meses. Pero hoy son estas dos las que ocupan mi habitualmente desocupada mente.

En Vitoria empiezan este fin de semana las fiestas de allí, y para allá que me voy aprovechando que mi Alexis está empezando una nueva vida allí, especializándose en chapa y pintura y otros ajustes del cuerpo humano, esto es, traumatología. Así que si alguien esta por allí este finde que se anime, y de un toque.

Más grave es lo de Kiev.
Foto: Embajada española en Kiev


Como muchos de vosotros sabéis, empecé en enero el master del Icex, que si te portas bien, conlleva irte a trabajar a una Ofecomex española, presentes en casi cualquier país del mundo. La duración puede ser de doce o quince meses, dependiendo principalmente de lo raro que sea el país al que vayas y el idioma que hable sus habitantes. Mi destino será de quince meses. Ucrania. Ruso. Raro, raro.

Parto entusiasmado, una etapa más en mi vida, más difícil y más motivante que casi todas las anteriores, no todas. Espero estar tan bien acompañado como siempre en este viaje. Estáis todos invitados, si sois capaces de encontrar alguna forma de llegar a Kiev. Yo en cuanto lo sepa, os lo diré.

Os dejo con lo que cuenta Stalkier, actual tecnológico en la oficina, sobre Kiev y Ucrania, en la página de los becarios del Icex:

La CIUDAD: Kyiv o Kiev, como os de más rabia, una ciudad del tamaño de Barcelona, con grandes avenidas y bulevares, palacios del siglo XVIII, teatros, plazas, un metro profundo, profundo... de un estilo a San Petersburgo, aunque no es tan impresionante, claro. Las calles, eso sí, un tanto desconchadas, mal iluminadas a veces, llenas de tranvías, yigulís (o sea coches de cuando maricastaña, cuando lo que se hacía era "zhit i guliat", vivir y pasear), puestos de kebab (con repollo y zanahoria en vez de lechuga, sic), abuelitas vendiendo las cosas más inverosímiles, tipo pescadito del Dnieper, bayas de Chernobil (dice la leyenda urbana), cinta aislante, acordeones... También hay mucho roquero a la salida del metro, pues ya se sabe que en estos países hay una gran cultura del rock, única alternativa al chunda chunda-ultradance, de los sitios de mafiosos y señoritas de vida alegre.

UCRANIA: esto es Rusia. Que sí, que es un estado independiente, con una identidad nacional, un idioma propio y lo que quieran, pero a mí que no me diga nadie que esto no es Rusia, porque si tienen una estatua en medio de la ciudad, de un tío a caballo apuntando hacia Moscú, algo querrá decir. Y es que además, el idioma que habla la gente es el ruso, cantan canciones rusas, ven pelis rusas, beben y se dan de palos como los rusos, todo con el mismo refinamiento de modales. Quizás, en el oeste, Lviv y alrededores, sea realmente otra cosa, más parecida a Polonia, pero desde Kiev al oeste, no cabe la duda.

Cuando en 1991, de la noche a la mañana, a 40 millones de personas les cambiaron el pasaporte y les dijeron que ya no eran soviéticos sino ucranianos, que los padres, tíos, amigos que vivían más al norte estaban en otro país, la gente no se lo acabó de creer. Es verdad que para los más puramente ucranianos, significó entonces el reconocimiento de su identidad y el logro de una aspiración nacionalista que nunca antes había tomado una forma tangible, pero pare el resto rusos, medio-rusos-medio-ucranianos, o en general, homo sovieticus que se quedaron aquí, la independencia significó la perdida del reconocimiento de su lengua como legítima, pasar a ser considerado casi como ciudadanos casi de segunda, una "minoría" de millones de personas, que se concentra en el este y el sur del país, en lugares nada insignificantes como Odessa, Dnipropetrovsk, la región de Crimea y la propia Kiev. Como consecuencia de ello, el país vive una división entre las dos identidades, en el que Kiev viene a ser el eje de la balanza, donde los políticos juegan su juego de malabares por repartirse poder y sobornos, mientras que la gente vive su duro día a día sin prestar mayor atención, viendo como suben los precios del gas y la gasolina y preguntándose de que les sirvió aquel tinglado anaranjado que montaron en la plaza de la indepencia, aquel acto de valor colectivo para bajar de la burra al mismo tipo que les manda ahora. ¿Es que despues de todo, aquello fue una broma?

No, si que se ganó algo, y hubo cosas que cambiaron para siempre. Sigue habiendo la misma corrupción, el mismo "po blatu" o "entre tu y yo nos arreglamos, sin que se enteren los demás" de los mismos de siempre, pero la gente perdió el miedo. Y eso ya es un paso descomunal. Ahora en los periódicos se dice lo que se piensa, todavía con precaución, dependiendo de si el dueño es de Moscú o no, pero se dice. No se sabe cuanto durará, porque el hermano mayor ruso sigue teniendo la mangera del gas por el mango, y sigue imponiendo su juego, mientras Europa anda ocupada arreglando su nueva y amplia casa. El otro día, discutía con el editor del principal periódico expat de aquí, un asiduo al pub dónde vamos los amigos. Yo afirmaba que, quizás, en veinte años, Ucrania desaparezca del mapa y vuelva a ser Rusia. El defendía que en cinco.

En cualquier caso, mientras exista, Ucrania es un país fascinante, una tierra aún virgen para el capitalismo donde se está viviendo una cultura del pelotazo, subida brutal del precio de la vivienda, mientras que alemanes e italianos apoderandose de los bancos y el comercio, los británicos de lo que queda de la industria del acero y los rusos de absolutamente todo lo demás. Una tierra de oportunidades para los inversores más audaces, eso sí, siempre con el consabido moto:
PROBLEMAS, PROBLEMAS, PROBLEMAS. Desde conseguir un visado en menos de dos meses, a tratar con las autoridades a golpe de billetero, pasando por enfrentarse a las viejas ideas. Para muestra, un botón: el otro día, en la oficina, un empresario de cierta empresa, que había comprado el 90 y tantos por cien de cierta industria ucraniana allá por las primeras privatizaciones, nos contaba como la directora ex-soviética que seguía en supuesto, sin la más mínima educación les decía que aquello seguía siendo suyo, del Estado Ucraniano y patatín y patatán.

Pero bueno, la vida para el becario medio, en general, no es mala. La dotación anual es suficiente para vivir en condiciones propias de expatriado en país raro (aunque, raro, ¿para quien?): cenitas, copichuelas, taxis para ir y venir, y algún que otro viajecito (pero tal y como se están poniendo los pisos, yo no sé que les pasará a los del año que viene). En fin, quizás lo mejor de todo sea que, como somos pocos, ser extranjero (occidental) en Kiev ya es ser alguien. Encima te conviertes en objeto de interés de las damas, por eso del mito soviético de que todos los extranjeros son bancomats con patas sin límite de crédito, o quizás porque eres un poco menos machista, borracho y brutal que el ruso medio, o porque pueden practicar contigo alguno de los cuatro o cinco idiomas que estudian, o quién sabe por qué. Sin embargo, una amiga mía italiana que lleva ya un par de años viviendo aquí, me dice que para ella esto es la desesperación - y eso ésta tía habla ruso como el Putin. De todas maneras, amén de esos pormenores, en un país en el que anochece a las cuatro de la tarde, sin dominar el idioma y con poco que hacer, los extranjeros de aquí tendemos a hacer piña entre nosotros, siempre que se puede, incluso a veces, casi creándonos demasiada dependencia.

Para el que quiera, sin embargo, Ucrania está ahí fuera para ser descubierta -y la gente no es tan cerrada y desagradable como dicen. Lo único que hace falta es: hablar en su idioma, abriendo los ojos para ver y los oídos para escuchar, respetar su cultura y su historia, y compartir unos gorilkas (uséase, vodka) en buena compañía.




Pinta bien ¿no?